El Mercurio, Jueves 25 de Septiembre de 2008.
Como lo ha ratificado la crisis financiera actual, el destino de los países se juega en los escenarios mentales de sus habitantes. Es en la mente de las personas donde se construyen los esquemas interpretativos de la realidad que gatillan nuestras conductas. Dichos escenarios se elaboran con la información que recibimos a lo largo de nuestras vidas, pero dependen de manera crucial de la forma conceptual en que la organicemos. De ahí la importancia de las teorías o modelos que intentan explicar la realidad que nos rodea. En la medida en que esas organizaciones conceptuales nos permitan comprender de mejor forma el entorno en el que vivimos y nos sirvan para organizar de mejor manera la vida en sociedad, lograremos nuestras metas de progreso de manera más rápida y efectiva.
Así, la revolución industrial se apoyó en el brillo conceptual de la llamada "mecánica clásica" para impulsar el desarrollo tecnológico y la creación de riqueza que la caracterizó. Las máquinas de vapor, los telares mecánicos, el motor de combustión interna, entre tantos otros, son las huellas físicas de ese esfuerzo intelectual. Esa forma de organizar el pensamiento humano rebasó el ámbito propio de su quehacer, y por eso Freud usó metáforas hidráulicas en su intento por explicar el funcionamiento de nuestra mente, Marx buscó describir de manera "mecánica" el desarrollo social en su "materialismo histórico", y la "producción en serie" de Ford tiene un claro perfume mecanicista en su concepción. El desarrollo de la mecánica cuántica y la relatividad general durante la primera mitad del siglo XX dan cuenta de las limitaciones de la mecánica clásica y, en consecuencia, nos alertan respecto de la necesidad de superar ese anclaje conceptual para organizar nuestro desarrollo futuro.
Así, la revolución industrial se apoyó en el brillo conceptual de la llamada "mecánica clásica" para impulsar el desarrollo tecnológico y la creación de riqueza que la caracterizó. Las máquinas de vapor, los telares mecánicos, el motor de combustión interna, entre tantos otros, son las huellas físicas de ese esfuerzo intelectual. Esa forma de organizar el pensamiento humano rebasó el ámbito propio de su quehacer, y por eso Freud usó metáforas hidráulicas en su intento por explicar el funcionamiento de nuestra mente, Marx buscó describir de manera "mecánica" el desarrollo social en su "materialismo histórico", y la "producción en serie" de Ford tiene un claro perfume mecanicista en su concepción. El desarrollo de la mecánica cuántica y la relatividad general durante la primera mitad del siglo XX dan cuenta de las limitaciones de la mecánica clásica y, en consecuencia, nos alertan respecto de la necesidad de superar ese anclaje conceptual para organizar nuestro desarrollo futuro.
A partir de la segunda mitad del siglo XX, el eje de nuestra mirada se ha dirigido hacia la biología. Nos hemos dado cuenta de que es necesario expandir nuestro esfuerzo inquisitivo más allá del mundo inanimado, y destinar parte de él a entender cómo funcionan los seres vivos, incluidos los seres humanos. El fundamento para hacerlo es lo que se ha llamado la "perspectiva evolucionaria", es decir, suponer que todos ellos son el resultado de un proceso evolutivo, en el que el mecanismo que lo genera es la selección natural descrita por Darwin, responsable de haber esculpido los rasgos que los definen y que, en el caso de nuestra especie, son nuestro sistema emocional y nuestro sistema cognitivo.
Esa mirada nos permite agrupar bajo una conceptualización común las diversas disciplinas que describen nuestro comportamiento: la psicología, la sociología, la antropología y la economía, y lo hace preservando la coherencia con las disciplinas más generales subyacentes, como la física y la biología, en notable calce con la evidencia empírica acumulada. Sobre la base de esos escenarios "darwinianos" se han desarrollado los algoritmos genéticos en matemática, las construcciones abiertas en internet, como "wikipedia"; los esfuerzos para avanzar en nanotecnología, las más recientes aproximaciones para entender algunas enfermedades mentales o las formulaciones que permiten comprender nuestro comportamiento económico, ya sea en escenarios de competencia o de colaboración.
La perspectiva evolucionaria ha tenido un crecimiento explosivo, penetrando con gran fuerza explicativa todo el ámbito del quehacer humano. Es hora de que nuestro debate nacional -a veces chato, repetitivo y excesivamente coyuntural- deje espacio a estos nuevos escenarios conceptuales, que ciertamente serán el anclaje sobre el cual construir un futuro más promisorio.
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