miércoles, enero 24, 2007

Muerte y Persecución de los Gorriones

De Pablo Neruda

Yo estaba en China
por aquellos días
cuando Mao Tse-Tung, sin entusiasmo,
decretó el inmediato
fallecimiento de todos los gorriones.

Con la misma admirable disciplina
con que se construyó la gran muralla
la multichina se multiplicó
y cada chino buscó a su enemigo.

Los nietos, los soldados, los astrónomos,
las nietas, las soldadas, las astrónomas,
los aviadores, los sepultureros,
los cocineros chinos, los poetas,
los inventores de la pólvora,
los campesinos del arroz sagrado,
los inventores de juguetes,
los políticos de sonrisa china,
todos se dirigieron al gorrión
y éste cayó con millonaria muerte
hasta que el último, un gorrión supremo,
fue fusilado por Mao Tse-Tung.

Con admirable disciplina entonces
cada chino partió con un gorrión,
con un triste, pequeño cadáver de gorrión
en el bolsillo,
cada uno de setecientos treinta
ciudadanos chinos
con un gorrión en cada uno
de setecientos treinta
millones de bolsillos,
todos marcharon entonando antiguos
himnos de gloria y guerra
a enterrar allá lejos,
en las montañas de la Luna Verde
uno por uno los gorriones muertos.

Durante diecisiete años seguidos
cada uno en un pequeño mausoleo,
osario individual, tumba florida
o rápida huesera colectiva
uno por uno sucesivamente
quedaron sepultados
enteramente los gorriones chinos.

Pero pasó algo extraño.
Cuando se fueron los enterradores
cantaron los pequeños enterrados:
un trueno de gorriones
pasó tronando por la tierra china:
la voz de una trompeta planetaria.

Y aquella voz despertó a los mortales,
a los antiguos muertos,
a los siglos de chinos enterrados.

Volvieron a sus vidas
a sus arados, a su economía.

No hago reproches. Déjenme tranquilo.

Pero así­ queda en claro
por qué hay más chinos y menos gorriones
cada dí­a en el mundo.

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